-Oiga, Hijitus. Usted
esconde algo- La enfermera le había apoyado una mano sobre la pierna.
-Si, Clarita. Justo ahí
abajo.
Ella sonrió.
-No- Dijo -Algo grave.
-Esto también es grave.
Clara se puso súbitamente
seria. Los ojos se le prendieron fuego y por un instante, Hijitus creyó que la
chica iba a golpearlo. En vez de eso, se dirigió a la puerta casi corriendo.
Antes de que girara el picaporte quiso explicarse.
-Todos escondemos algo,
Clarita.
-Si, pero usted es diferente.
-¿Cómo sabés?
-Porque usted puede volar.
Cuando la enfermera se hubo
ido, Hijitus tomó en sus manos el cubo de rubik que estaba sobre la mesita de
luz y lo contempló durante un rato. Pensaba en su vieja. Y en Pichichus. Y
Larguirucho ¿Dónde mierda estaba Larguirucho? ¿Por qué no volvió en todos esos días?
Sintió una profunda necesidad de llorar, de casarse con Clara, de volver a
Trulalá. O tal vez no. Al menos de esto último podía prescindir. Ya no había nada
en su pueblo esperándolo; sólo un montón de memoria fósil de tiempos mejores.
Era imposible volver. Se durmió imaginando una nueva vida en Montevideo.
La enfermera pasaba cada
tanto por la puerta, medio abierta, y lo observaba. Era parte de su ronda, pero
con él solía quedarse un poco más. Sólo unos pocos segundos. Cuatro. Cinco. No
podía quitarle la vista de encima. Lo veía dormir y parecía que el tipo descansaba
después de siglos interminables peleando contra edificios y dragones. Esto la enternecía,
pero se había decidido a que no fuera tan fácil. Después de todo ¿contra qué
edificios y qué dragones había estado peleando Hijitus? Hasta no saberlo ella
no podía arriesgarse.
-Tengo un gurí, ¿sabés?-
Ahora ya lo tuteaba. –De seis añitos. Ya empezó la escuela el guacho.
-¿Y el papá?
-El papá está preso. Un
pelotudo era ese.
-¿No lo extrañás?
Clara sacó la lengua como si
la idea le repugnara.
-Para nada.
-Debés ser buena madre, vos.
Ella rió con ganas.
-Callate. ¿Qué sabés vos,
chamuyero?
-¡De verdad!
-Ah, ¿si? ¿Y por qué decís
que debo ser buena madre?
Hijitus estaba decidido a ir
por todo. Apoyó su mano sobre la de Clara.
-Si a mí me pudiste cuidar
tan bien, sin conocerme apenas.
-Es mi trabajo- Dijo ella.
Los ojos le brillaban como dos perlas de brea.
Hijitus retiró la mano, pero
sabía que la partida estaba ganada.
-Tu trabajo es reponer el
suero. Pero hiciste mucho más que eso.
-¿Y vos? ¿No extrañás a
nadie?
El contraataque lo
sorprendió un poco. Ella también notó que los músculos de su rostro de golpe se
tensaron y en los labios se le dibujó un gesto de dolor.
-Si- Dijo Hijitus
finalmente. -Extraño a mi perro.
Clara entendió que el tipo hablaba
en serio.
-¿Qué le pasó?
La barbilla de Hijitus había
comenzado a temblar.
-Lo abandoné, Clarita. Lo
abandoné. Ese es mi secreto.
Pero ella posó suavemente un
dedo sobre su boca para callarlo, y fue acercándose, con lentitud, hasta
besarlo. Fin de la escena.