Clarita al pie de un
naranjo, tomando tereré mientras cae la tarde, tranquila, sobre la selva verde.
Más abajo el río también descansa y se lo oye con lentitud, como a la
respiración de un viajante. Hijitus tiene una nueva idea, se siente eufórico
por lo que ha descubierto. Camina en círculos sobre sus propios pasos y rechaza,
agitando una mano, el tereré que Clarita le ofrece. Una y otra vez.
-¿Qué te pasa a vos, che?
Hijitus apenas la escucha. Por
supuesto que quiere compartir la revelación con ella, pero antes desearía poder
verla con claridad para ser capaz de explicarla completamente, sin dejar cabos
sueltos.
-¿Podés decirme al menos de
qué se trata?
-El Doctor Neurus- Contesta,
secamente.
Clara frunce el entrecejo y
arruga la nariz, como si estuviera oliendo mierda. En realidad es como si
solamente la intuyera. Pero Hijitus está tan concentrado que ni siquiera llega
a notar el gesto que, por lo demás, iba dirigido a él.
-¿De qué estás hablando vos,
chamigo?
Entonces Hijitus, de golpe, se
detiene, justo frente a ella. Pero todavía no alcanza a comprender lo que está
sucediendo. En vez de observar a su alrededor, vuelve a focalizar en sus
pensamientos y comienza a escupirlos como pedazos de maderas rotas y aserrín sobre
el suelo rojizo del territorio guaraní.
-El Doctor Neurus, Clarita.
Es él. Él controla todo- Explica. -Tiene que haber inventado una máquina o un
dispositivo particularmente poderoso y original, algo nunca antes visto por el
hombre, para dirigir las mentes de los agentes policiales del conurbano y de la
federal.
-¿Y de la metropolitana?- Se
interesó ella por un instante.
-No, de esos no hace falta.
Finalmente Hijitus aceptó un
tereré.
-No entiendo por qué sino
las fuerzas del orden estarían trabajando para conservar un espacio de poder
que no sólo implica sostener el estado deplorable de las cosas, sino además
degenerar las fuerzas institucionales en incontables casos de corrupción y
brutalidad, física e intelectual.
-No, Hijitus; yo no te
entiendo ni una palabra de lo que vos me decís, ¿sabés? ¿Por qué no te dejás de
hinchar un poquito los huevos con todo esto?
Hijitus miró entonces el
suelo, la tierra de la selva. A su alrededor se había desparramado el aserrín.
Clara sonreía en la quietud. Más abajo el río se había vuelto negro, espeso
como el petróleo. En el cielo azul profundo apareció una avioneta ruidosa,
brillando como una estrella fugaz que anunciara el fin del mundo, y sintió unas
incontenibles ganas de llorar.
-El Doctor Neurus lo
controla todo- Susurró, y miró los ojos verdes de Clarita.
-Si- Contestó ella. E
Hijitus despertó.
Un verdadero héroe lo
abandona todo. Está dispuesto al máximo sacrificio. Dejó el hospital cuando
ella no estaba de guardia. No se volvió ni una sola vez para contemplarlo con
nostalgia y se juró a sí mismo no estar nunca más en uno de esos. No esperaba
que volvieran a ocuparse de él.
Como no tenía ni para el
colectivo tuvo que manguearle al chofer que al menos lo alcanzara hasta
Constitución. El tipo se apiadó de su aspecto de linyera al borde de la muerte.
-¿No estás meado, cagado ni
nada raro?- Le preguntó antes.
Hijitus bajó la mirada. Contestó
que no, por supuesto. Entonces le dijeron que suba.
Se sentó en el asiento de
atrás y recordó que Larguirucho siempre le decía, años atrás. Si yo tuviera un sombrero como ese lo usaría
para no tener que tomarme un solo bondi más en mi vida. Sonrió. Extrañaba a
ese boludo. Esperaba volver a verlo pronto ahora que todo el lío parecía haber
aflojado.
Era de mañana. Constitución
era un hervidero de gente que corría de un lado a otro. Había trenes esperando
en los andenes y otros que se iban. También había trenes que llegaban. En medio
de la multitud intentó pasar desapercibido y colarse por un costado, eludiendo
a los guardias y los molinetes. Debió haber previsto que la gente como él no
pasa nunca desapercibida. Un guardia lo tomó bruscamente de un brazo.
-¿A dónde vas, amigo?
-Disculpe. No quise.
-Tenés que pagar el boleto,
como todos.
-Si, lo sé. Es que en este
momento… salí hoy del hospital, ¿sabe?
El otro empezó a mirar hacia
un costado.
-La verdad es que no tengo
para pagar el boleto.
-Está bien. Pero eso no es
mi culpa.
-Tampoco la mía.
El tipo se rió.
-No te puedo dejar pasar.
Estás comprometiendo mi trabajo.
-Soy Hijitus, ¿no me
reconoce?
Y el tipo se rió todavía más
fuerte.
-Y yo soy Xuxa.
-No te parecés a Xuxa.
-Bueno, viejo. Basta.
Tomatelás de acá o voy a tener que llamar a la policía.
Entonces Hijitus abrió muy
grande los ojos, apoyó una mano en el hombro del guardia y, de repente, rompió
en una ruidosa carcajada que llamó la atención de toda la gente alrededor, que a
pesar de oírla, siguió de largo.
-¿A la policía vas a
llamar?- Dijo, ahogado entre medio de las risas. El otro parecía desconcertado.
-Me cargué a más de treinta policías antes de entrar a ese hospital, y puedo
cargarme a otros treinta hoy, si tengo ganas. Eso incluiría a un guardia vigilante.
Llamá a la policía si querés. Pero no te vas a olvidar nunca de mí: yo soy Super
Hijitus. Héroe de niños y de ancianos. Patrono de Trulalá. Defensor de la paz,
amigo de los animales y férreo luchador de la justicia. Protejo al mundo de los
malos, acompañado de mi fiel mascota, Pichichus, y de los crueles y desalmados.
Y todo el que se interponga en mi camino de ayudar al pobre y al despojado,
sufrirá las consecuencias de mi increíble fuerza sobrenatural, ¡recibida de mi
Sombrero Sombreritus!
El guardia apoyó una tarjeta
en el molinete.
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