Después de matar a un policía
ya nada vuelve a ser igual; Y menos para un adalid de la justicia. La cosa se
vuelve vicio. Veamos el caso de Hijitus, que después de la muerte de Mosconi se
nos desmorona porque no consigue los nombres de los tres tipos que estaba
buscando. Deja que corra un poco de agua bajo el puente, que encuentren el
cuerpo, que los medios conjeturen sobre lo acontecido, que la investigación
avance. Aunque está deprimido, permanece tranquilo; Nada lo vincula con el
caso, salvo Larguirucho y Oaky, quienes conocen algunos detalles.
Pero esto no le preocupa en
absoluto. Larguirucho era un boludo, pero leal, como un perro. Y Oaky jugaba en
otro terreno. No intentaría meter a la Justicia en el medio. Así que no tenía
otra cosa que hacer además de aguantar en la pensión a que se estabilizara un
poco el panorama (un comisario que aparece muerto atado a una silla y con
síntomas de haber sido torturado es un panorama que tarda en estabilizarse).
Procuró no salir mucho de su habitación y la única vez que le llegó una llamada
mandó a decir que se había tomado el palo.
La guita era otro tema.
Antes de que Mosconi se hiciera cargo de la comisaría de Berazategui, Hijitus
recibía regularmente una pensión –bastante modesta, por cierto- de parte de la
Provincia, en carácter especial por los servicios extraordinarios prestados en
su pueblo natal. La cosa cambió con la nueva administración, que no era amiga
de estos tratos inusuales, y a Hijitus le cortaron el chorro acusándolo de
ñoqui, como a tantos otros trabajadores independientes que servían a la
comunidad por fuera de las instituciones habituales.
Ahora sus reservas empezaban
a escasear y pronto tendría que volver a su casa, a la que ni siquiera había
arreglado la ventana del frente después del tiroteo. Pero una noche, acosado por
la sobriedad, una serie de agitados pensamientos se arremolinaron en su mente y
nuevas ideas comenzaron a aparecer. Ideas frescas, grandes, importantes. Y se
le ocurrió entonces que con la muerte de Mosconi no todo estaba perdido. Muy
por el contrario, algo nunca antes visto estaba naciendo de toda aquella
situación. Y se dijo, casi en voz alta: ¿Y si empezara a perseguir yutas, a
sacarles información para ajusticiarlos y las billeteras y los celulares para
vivir? ¿No sería esa una forma verdaderamente decente de encarar la vida?
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