lunes, 20 de junio de 2016

Capítulo 2. Primera parte

-Boludo, conozco mucha gente; pero son todos de acá. Con zona sur no tengo nada que ver. Ese tal Mosconi que me decís, la verdad es que no lo registro. pero si querés te averiguo: seguramente alguien pueda tirarme una data. ¿Podés aguantar hasta el viernes?.
-Si, claro. Gracias, Oaky. Cuento con vos entonces. Un gusto volver a oírte.
-El gusto es mío, Hijitus. Aunque siempre supe que un día volveríamos a hablarnos. ¿Tus cosas cómo andan?
Hijitus quería colgar. No le agradaba demasiado la idea de reavivar la relación con su viejo amiguito, ahora devenido en la cabeza de una exitosa firma de abogados.
-Bien.- Le contestó. –Pichichus está con mi vieja hace unos días. No quiero meterlo en este quilombo.
-Claro, seguro.- Concedió Oaky.
-Desde que vinimos a la ciudad la cosa se puso bastante fulera.
Oaky rió.
-Y si- dijo. -Acá no es lo mismo que allá, cabeza. ¿Cuándo se vinieron?
-Hace un par de años, cuando murió el Comezario, allá en el pueblo.
-¿Vas a volver?
-No lo sé. Probablemente. Cuando pase todo esto.
Hijitus se dio cuenta de que estaba soltando demasiada información. Después de todo, hacía muchos años que no se hablaban y no sabía si podía confiar en él. No después de todo lo que había pasado.
-Esta ciudad no es para todos, Hijitus. Te va comiendo por dentro. Si no encontrás la forma de sobrevivirla, te tenés que rajar. Si ya te diste cuenta, hacelo cuanto antes. Después va a ser demasiado tarde. Además, no podés comparar toda esta locura con nuestro querido pueblito. Quién te dice, quizás hasta yo me vuelva para allá.
-Tu viejo, ¿cómo anda?
Oaky volvió a reír.
-El viejo Goldsilver.- Y reía. –Es indestructible ese hijo de puta.

Colgó y le quedó un sabor amargo. Pensó que podía ser un poco la nostalgia de su pueblo, el recuerdo del Comezario, de Goldsilver; el recuerdo de todo lo que había desaparecido. El de la vecinita de enfrente.

Estaba seguro de que su viejo amigo tampoco se habría olvidado. Esas cosas no se olvidan. Pero no podía asegurar con la misma facilidad, que Oaky le guardara aún algún rencor por toda aquella historia. Al fin y al cabo se reducía a un ya lejano problema entre adolescentes, a una mega boludez del pasado.
Sin embargo, aquel rollo entre tres pendejos calentones había sido suficientemente grave como para que nunca más volvieran a hablarse. Hijitus lo sabía, aunque quisiera engañarse creyendo que se trataba de una nimiedad. Era una mega boludez muy grave, de esas que dejan marcas.
Él mismo -pensaba después de hablar con Oaky, mientras se preparaba un sánguche de queso y tomate para la cena- se había descubierto pensando en la vecinita de enfrente durante todos esos años. Largos años de volver a aquel drama ridículo y a aquel amor.
Primero veía a la vecinita en la puerta de la mansión de los Goldsilver, con su jumper del secundario, dos colitas de pelo rojo, un chupetín en la boca y la carpeta y el libro apretados contra el bléiser a la altura del pecho. Todavía le hervía la sangre como a un toro en la arena cuando evocaba aquel cuadro.
Y sus piernas, como de marfil, las medias azules por las rodillas, los ojos de todo el pueblo metidos debajo de su pollera.
Oaky la paseaba por todos lados y ella iba siempre callada. No parecía ser feliz junto al hijo del millonario del pueblo, e Hijitus sospechaba que los padres de la chica favorecían y hasta forzaban la relación por conveniencia económica.
Goldsilver, que era un tipo siempre tan correcto, no parecía oponerse a esta fantochada, quizás para no granjearse el rechazo y el odio de su único heredero. Pero lo cierto es que en cierta ocasión, durante una cena de Navidad que la acaudalada familia brindó en la plaza del pueblo, Hijitus lo descubrió mirándole el culo a la piba con impune alevosía.
No dijo nada, pero a los pocos días la encontró casualmente a la salida del colegio, llorando en el cordón de la vereda a unas pocas cuadras de su casa. Se acercó a ella y le preguntó si podía sentarse a su lado.
-Vos sos muy bueno, Hijitus.- Le dijo ella, pasándose un pañuelo por los ojos. -Pedís permiso hasta para sentarte.
-Lo voy a tomar como un cumplido- Le respondió entre risas, y se sentó.
Pero la piba no sonrió siquiera. En cambio, le dirigió una mirada profunda, secreta, destructiva.
-Mis padres insisten en que debo ser la novia de Oaky porque su familia tiene plata, pero a mí me gustás vos, Hijitus. ¿Por qué mierda vivís en un caño?
-Yo… no sé…
-Quiero decir, no te enojes, pero siempre estás ayudando a todos. Todo este pueblo se vendría abajo si vos no estuvieras, y nadie te da nada a cambio. No te pagan, no te ayudan.  Y vos seguís al servicio de ellos.
Hijitus no sabía qué decir. Quiso darle una respuesta coherente que justificara su pobreza, pero antes de que pudiera darse cuenta, la piba se le tiró encima y le comió la boca. Sintió el gusto a chicle de frutillas y a los diez segundos tenía la verga tan dura como un lingote de oro.
-Vamos a mi casa- Le dijo, y ella aceptó.
Alguien (nunca supo quién) debió haberlos visto, porque al otro día todos estaban enterados. 




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