viernes, 10 de junio de 2016

Capítulo 1. Segunda parte

A eso de las cinco de la tarde entró en la oficina del comisario Mosconi. El tipo estaba sentado detrás de su escritorio, esperándolo con una sonrisa en el rostro y un 38 en el cajón de la derecha. Era un yuta cabronazo, de esos con los que no se jode. Debía medir metro noventa, el cabello negro y espeso como la noche engominado hacia atrás. Mostacho stalinista pasado de moda y gesto cansado en los ojos. De la boca le pendía al borde un cigarrillo.
En cuánto difería de su viejo amigo el Comezario del pueblo (que en paz descanse), eso Hijitus ya lo sabía; había ido para comprobarlo.
-Comisario, necesito los nombres de los tres oficiales que estaban anoche en Puente Viejo, cuando usted me pidió que fuera.
-Pasá, Hijitus, sentate. Ponete cómodo. ¿Querés tomar algo? ¿Un café? ¿Agua?. Por ahí te vendría bien algo más fuerte. ¿Un whisky?
Hijitus dijo que no. Nunca tomaba enfrente de otros; no quería que se sospechara públicamente de su afición. El comisario volvió a señalarle el asiento.
-Solamente necesito esos tres nombres, Mosconi.- Respondió sin hacerle caso. –Me da esos tres nombres y yo no lo jodo más.
El otro aplastó el cigarrillo en el cenicero y sonrió.
-¿Qué pasó, Hijitus? ¿Para qué los querés?
Hijitus se apoyó con ambas manos sobre el escritorio y bajó la voz.
-Esos tres, tiraron dos pibes al río, Mosconi.
El comisario, sin moverse, transmutó de pronto su rostro en una roca. Era una mirada impenetrable que se le clavaba en el entrecejo como la punta de una estalactita.
-No te los voy a dar, Hijitus. Esa es una acusación muy jodida, y no me vas a romper las pelotas.
-Tienen que pagar.
-Esos pendejos eran dos bolsas de mierda adictos al paco. Se la pasaban jodiendo al prójimo. Nosotros solemos ayudar a esos guachos, los protegemos. Pero estos dos pelotudos no se querían dejar.
-O sea que no querían afanar para ustedes.
Mosconi abrió lentamente el cajón de la derecha y sacó el chumbo. Mirándolo a los ojos, lo apoyó suavemente sobre el escritorio.
-Mirá, amigo.- le dijo –Nosotros estamos laburando. No tenemos superpoderes, ni superamigos, ni la concha de la lora. Somos laburantes.- Remarcó sílaba por sílaba aquella última palabra. Hizo una pausa y luego siguió: -Cada quien hace su lucha, Hijitus. Vos dejanos a nosotros la nuestra, porque sino, por los dos fiambres de anoche, vas a tener que responder vos. No estoy solo en esto, fufú, así que no hagas ninguna boludez porque el chucuchucu te lo vamos a meter en el orto. ¿Entendiste?

Salió de la oficina mientras el otro todavía le hablaba. La situación era tan delicada como esperaba.



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