viernes, 17 de junio de 2016

Capítulo 1. Cuarta parte

El comisario Mosconi, que supo ser un verdadero guapo en el arte de torturar gente, no podía creer que un ciruja malagradecido lo tuviera encanutado en un galpón roñoso, perdido vaya a saber uno en qué barrio mugriento del conurbano bonaerense.
De vez en cuando, sin que nada más se oyera, le llegaba un rumor de camiones atravesando una ruta. Parecían estar lejos, pero probablemente fuera esa su única conexión con el mundo real, y su única salida.
Atado de pies y manos, cagado y meado encima, el comisario Mosconi yacía semiconsciente sobre una silla de metal a la cual se encontraba sujeto.
Recordaba, mientras tanto, las épocas de oro, cuando era él quien repartía los palos. Él sí que conocía el oficio. Hijitus, en cambio, no tenía pasta para esto. No sabía administrar la fuerza. A veces lo golpeaba tan fuerte que terminaba desmayándolo, interrumpiendo el proceso de extracción de datos.
-Vas a darme los nombres de esos tres hijos de puta.
-Chupame la pija, Hijitus.
Un golpe en la cabeza y el comisario era puesto a dormir por un buen rato.
-Ya te lo dije, Pijitus. Parece que no entendiste. Yo no estoy solo. Si te doy esos nombres, estoy muerto. Hay gente mucho más poronga que vos y yo metida en todo esto.
-Si no me los das, también vas a estar muerto.
- Vos no podés matar a nadie, gil. No tenés huevos.

Y quizás fuera cierto. Hacía una semana que lo tenía secuestrado, y todavía no había logrado sacarle nada. La sola idea de recurrir a la mutilación hacía que la presión le bajara dejándolo blanco como la leche. ¿Cómo haría cuando tuviera que meterle un balazo en la cabeza?


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